Final de "El fin" - Jorge Luis Borges

Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música.



Fotografía: Ansel  Adams


The Clockwork Orange - Stanley Kubrick



"No me olviden, tengo derecho a esperar que me recuerden por haber querido hacerlos felices"
                                                Ludwig Van Beethoven.



Ante la ley - Franz Kafka

Principio de la pelicula "El proceso" de Orson Welles, inspirada en el libro de Franz Kafka "Der Prozess" (El Proceso).


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.
La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:
-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.
Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.
-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.


El mito de Sísifo - Albert Camus



Los dioses habían condenado a Sísifo a rodar sin cesar una roca hasta la cima
de una montaña desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso.
Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el
trabajo inútil y sin esperanza.
Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales.
No obstante,según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en
ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron
en un trabajador inútil en los infiernos.  Se le reprocha, ante todo, alguna
ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada
por Júpiter. Al padre le  asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste,
que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición
de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a
los rayos celestes.
Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que
Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo
de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la
Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que Sísifo, cuando estaba
a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su
esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza
pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí irritado por una obediencia tan
contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra
con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo, a
gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la
sombra infernal.
Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió
muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la
tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger
al audaz por la fuerza, le apartó de sus  goces y le llevó por la fuerza a los
infiernos, donde estaba ya preparada su roca. Se ha comprendido ya que
Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en  tanto por sus pasiones como por su
tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento
por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser dedica a no
acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra.
no se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. los mitos están hechos para
que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo
el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y
ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la
mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta
de arcilla, de un pie que la calza, la  tensión de los brazos, la seguridad
enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo
esfuerzo, medido por el espacio sin  cielo y el tiempo sin profundidad, se
alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos
instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia
las cimas, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso,
esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra.
Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento
cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan
seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de
los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las 3
guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si
este mito es trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia.
¿ En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la
esperanza de conseguir su propósito?. El obrero actual trabaja durante todos
los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo.
Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo,
proletario de los dioses, impotente y  rebelde conoce toda la magnitud de su
condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que
debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay
destino que no venza con el desprecio.
Por lo tanto, si el descenso se  hace algunos días con dolor, puede hacerse
también con alegría. Esta palabra no está de mas. Sigo imaginándome a Sísifo
volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes
de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el
llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza
surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La
inmensa angustia es demasiado pesada  para poderla sobrellevar. Son
nuestras noches de Getsemaní.
Pero las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece
primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento
en que sabe.
Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo
que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena
una frase desesperada: "A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la
grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien". El Edipo de
Sófocles, como el Kirilov de Dostoievsky, da así la fórmula de la victoria
absurda. La sabiduría antigua coincide  con el heroismo moderno. No se
descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha. "
Eh, cómo!. ¿ Por caminos tan estrechos...?". Pero no hay más que un mundo.
La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería
un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo.
Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. " Juzgo que
todo está bien", dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo
y limitado del hombre. Enseña que  todo no es ni ha sido agotado.
Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción
y afición a los dolores inútiles.
Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los
hombres. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le
pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando
contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos.
En el universo vuelto de pronto a su  silencio se alzan las mil vocecitas
maravillosas de la tierra. Lamamientos  inconscientes y secretos, invitaciones
de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria.
No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo
dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no
hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal
y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante
sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca,
en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se
convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y 4
pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano
de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no
tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando. Dejo a Sísifo al pie
de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la
fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El también juzga
que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni
fútil. Cada uno de los granos de esta  piedra, cada trozo mineral de esta
montaña llena de oscuridad forma por sí  solo un mundo. El esfuerzo mismo
para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.
Hay que imaginarse a Sísifo dichoso


Vincent Van Gogh

El que vive sinceramente y encuentra penas verdaderas y desilusiones, que no se deja abatir por ellas, vale más que el que tiene siempre viento en popa y que sólo conocería una prosperidad relativa.

Vincent Van Gogh.

Instrucciones para subir una escalera - Julio Cortázar



     Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
     Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie). 
     Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.